La Revista de Avance (1927-1930), no fue una simple publicación de inicios del siglo XX; con su carácter renovador logró actualizar la cultura literaria, plástica y musical de los cubanos.
Su aparición marca un hito en la ruptura con el academicismo en la pintura y simultáneamente refleja una cubanía nutrida de toda la contemporaneidad y nuevos aires que demandaba la época.
Con la Exposición de Arte Nuevo que presenta esta publicación en 1927 se destaca el movimiento vanguardista en la plástica más que como escuela independiente, como una amalgama de expresión y sentimientos que reflejan la rica mezcla que compone nuestro carácter.
En sus páginas estaban los nuevos y viejos valores de esta rama de las artes: Eduardo Abela, Rafael Blanco, Carlos Enríquez, Víctor Manuel, Antonio Gattorno, Hernández Cárdenas, Ramón Loy, Hurtado de Mendoza, Domingo Ravenet, Massaguer, Jaime Valls, Romero Arciaga, Angelo, Enrique Riverón, Castanno, Segura, Sabas, Marcelo Pogolotti, Fidelio Ponce, Wifredo Lam, Amelia Peláez, Jorge Arche, Domindo Ravenet, entre otros.
La revista, publicada inicialmente con carácter quincenal y mensualmente después, puede destacarse como núcleo también de la vanguardia literaria cubana.
El primer número nace el 15 de marzo de 1927. En realidad el título original de la publicación se corresponde con los sucesivos periodos en que ve la luz, variando de año en año (1927, 1928, 1929 y 1930), de acuerdo con el deseo de impulso advertido en el Nro. 1: «No que creamos que 1927 signifique nada, sin embargo, el año que viene, si aún seguimos navegando, pondremos a la proa “1928” y al otro, “1929”; y así ... ¡Queremos movimiento, cambio, avance, hasta en el nombre!...».
La Revista de Avance se afirma como un órgano medular de renovación estética y literaria, convirtiéndose en un referente obligado para indagar en la historia cultural cubana. Alejo Carpentier, Jorge Mañach, Martí Casanovas, Francisco Ichaso y Juan Marinello fueron sus editores, sin dudas figuras insignes del panorama literario en la isla.
De sus cincuenta números merecen subrayarse los dedicados a Ramón Gómez de la Serna, a México y sus escritores, a José Martí, a Waldo Frank y un homenaje póstumo a José Carlos Mariátegui, con quien tuvieron una vinculación muy directa por razones ideológicas y artísticas.
Firmado por los miembros del equipo editorial, la sección «Directrices» incorpora investigaciones sobre los aspectos culturales o cualquier otro asunto de interés. En «Letras extranjeras» destacan los más notables acontecimientos de actualidad en la literatura no hispánica. Se cubren las noticias literarias del Continente Americano con el capítulo «Letras hispánicas».
Entre algunos de los colaboradores más frecuentes figuran Agustín Acosta, Mariano Brull, Alfonso Hernández Catá, Félix Pita, Regino Pedroso o Enrique José Varona. También aparecen trabajos de destacados intelectuales extranjeros. Desempeñan un significativo papel en la divulgación de la música y las artes plásticas. El pintor cubano Carlos Enríquez es uno de sus ilustradores.
La Revista de Avance se entronca con una inquietud de afirmación nacional, por lo que una de las vertientes exploradas en ella es la poesía negra. Los vanguardistas cubanos ponen en marcha una simbiosis entre la tradición africana y la modernidad bajo el soporte de los trabajos etnográficos de Fernando Ortiz y los cuentos folklóricos de Lydia Cabrera. Se último número data del 15 de septiembre de 1930.<
Lydia Cabrera es la persona que mejor ha descrito las creencias y prácticas de las religiones africanas traídas a Cuba por los negros esclavos. En la isla la religión más aceptada por la sociedad siempre ha sido el catolicismo pero son las religiones africanas las dueñas de la devoción. Debido a su falta de aceptación y considerarse creencias inapropiadas, por mucho tiempo se clasificaron de ocultismo y por tanto tabú. Lydia Cabrera las trajo a la luz, las presentó como son, terminando con la incredulidad.
Entre sus libros encontramos algunos de cuentos. Leyendas de la sociedad negra en Cuba pasadas de padrinos a ahijados de gran valor cultural y religioso. Uno de sus libros El Monte es considerado La Biblia por muchos creyentes.
Nacida en Nueva York, sus padres regresaron a Cuba cuando aun era pequeña. Desde los catorce años ya se publicaba en los periódicos de La Habana bajo el seudónimo de Nena. Durante su juventud vivió un tiempo en París. Colaboró en muchas publicaciones cubanas y francesas. De los escritores contemporáneos cubanos, posiblemente Lydia Cabrera sea la más aclamada y reconocida por el público. Con respecto a estudios en la cultura Afrocubana, Lydia Cabrera, es la última palabra.
A partir del reconocido origen de la literatura cubana, desde el poema épico Espejo de Paciencia,7 hay en nuestras letras un incipiente criollismo, muestra de la nueva realidad económica, política y social de Cuba en el siglo xvii en la que aparece ya el componente africano. Lo criollo en el poema de Balboa incluye ya una visión realista de la presencia del negro en la literatura cubana, primicia de lo que en siglos posteriores sería considerado como costumbrismo. (Varios, 1983:33)
El negro y su mundo: mitos, costumbres, religiones, surgen con mayor fuerza en la narrativa cubana a partir de los cuadros costumbristas que se dan a conocer desde fines del siglo xviii en la prensa habanera, específicamente en el Papel Periódico de La Havana (1790). No es hasta la década de los años 30 del siglo xix que brotan obras narrativas breves, tales como Una Pascua en San Marcos, de Ramón de Palma, El Ranchador, de Pedro José Morillas y El Niño Fernando, de Félix Tanco, en las que el negro aparece representando a esclavos, criadas, caleseros, guardieros.
«En el siglo xix lo popular descansó en la décima, llevando los caracteres del ambiente y de las razas que luego serán huellas de nacionalismo, si los consideramos dentro de las fórmulas sociales definidas». (Guerra, 1938) El texto-disertación hace referencia a la obra poética del escritor cubano Manuel Cabrera Paz, y expone las particularidades de los versos, en los que la voz del negro aparece como protagonista en cautiverio, como tipo de la época.
Esta impresión del costumbrismo del siglo xix constituye un antecedente primordial de lo que después sería la literatura negrista del siglo posterior. Decimos antecedente porque el negro es visto por el costumbrismo desde una óptica que responde a los intereses y preocupaciones de los blancos; por eso aparecen en estas breves narraciones como personajes estereotipados y estigmatizados, hechos que luego el naturalismo refleja de una manera más integradora.
A partir del naturalismo y en las dos primeras décadas del siglo xx comenzaría a darse una visión más directa y realista, como expresión del esencial proceso de integración etnocultural que iba aconteciendo, en el que subyacen nuevas formas de explotación y de discriminación, otras variantes de las injusticias y fraudes de los poderosos para enriquecerse y mantener sus privilegios.
Ya a partir de la tercera década del siglo xx, en el marco de consolidación de la cultura nacional cubana, el tema negro alcanza rango preponderante, acontecimiento evidente en las primeras producciones poéticas de Nicolás Guillén: Motivos de son (1930) y Sóngoro Cosongo (1931); así como en Emilio Ballagas, Ramón Guirao, José Zacarías Tallet, entre otros.
Muchas de estas obras fueron recogidas en antologías poéticas como las preparadas y prologadas por Ballagas: Antología de la poesía negra hispanoamericana (1937) y Mapa de la poesía negra americana (1946); y la de Guirao: Órbita de la poesía afrocubana 1928-37 (1938).
En el campo de la narrativa se destacan las novelas ¡Ecue-Yamba-O! (1933), de Carpentier; El negrero (1933), de Lino Novás Calvo; Caniquí (1935), de José Antonio Ramos, El negro que se bebió la Luna (1937), de Luis Felipe Rodríguez y ...
Entonces aparecieron también antologías de cuentos como: Cuentos contemporáneos (1937); el libro de leyendas ¡¡Oh, mío Yemayá!! Cuentos y cantos negros (1938), de Rómulo Lachatañeré; Cuentos y leyendas negros de Cuba (1942), de Ramón Guirao; Cuentos negros de Cuba (1940) y Porqué...Cuentos negros de Cuba (1948), de Lydia Cabrera; Cuentos populares cubanos, en dos tomos (1960 y 1962), de Samuel Feijóo.
El auge de los estudios folklóricos también favoreció un aumento en las producciones de carácter litúrgico, que, en su mayoría, realizaron interesantes acotaciones sobre la presencia africana en la cultura cubana. En este sentido sobresalen: Manual de Santería (1942), de Rómulo Lachatañeré; El Monte (1954), de Lydia Cabrera; Diálogos imaginarios (1979), de Rogelio Martínez Furé.
Esta literatura, tanto la historiográfica, la asociada a contenidos litúrgicos y la artístico-literaria afiliadas al tratamiento del tema del negro, entrañan un acercamiento consciente a la vida sociorreligiosa, a la cultura, a las costumbres, en fin, a los componentes identitarios asumidos en toda la herencia cultural africana.
El influjo del componente africano se transmitió en Cuba, principalmente, mediante la tradición oral, que recogía un considerable número de mitos y leyendas, conocidos como patakíes y kutuguangos. Los escritores cubanos que integraban la corriente negrista -y en particular Lydia Cabrera- se ocuparon, en gran parte, de aunar la tradición folklórica de origen africano a través de la inclusión, en sus páginas, de patakíes y kutuguangos.
La cultura africana posee un riquísimo corpus de mitos que se ha transmitido de generación en generación. Estos relatos de carácter religioso reciben el nombre de patakíes o kutuguangos, y los patakíes son los mitos recogidos por la tradición folklórica de ascendencia lucumí; mientras los kutuguangos, pertenecen entonces al complejo mítico de filiación bantú.
Como sucede en todas las mitologías, tanto los patakíes, como los kutuguangos, nos obligan a retroceder cronológicamente hasta los tiempos aurórales, y representan el sagrado momento de los orígenes del mundo y de la especie humana. Los fieles no consideran estas narraciones como cuentos, por el contrario, para ellos constituyen una realidad plena: la verdad más profunda, primordial y última.
Los mitos explican los fundamentos del universo y de los seres que lo pueblan. Al recitar los mitos el hombre actual reconstruye la era fabulosa de los dioses y los héroes. Al "vivirlos" (o "re-vivirlos") religiosamente hablando, es decir, al recobrar la memoria del grupo, se sale del tiempo profano y cronológico para entrar en un tiempo "místico", repleto de energía vital y de prodigiosa fecundidad. La resurrección (por vía narrativa) de esa realidad prístina, original, permite que se justifiquen y reglamenten las creencias, que se garantice la eficacia de los mitos y que se establezca la tabla de valores que debe guiar la existencia humana.
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