martes, 4 de diciembre de 2012

El siglo XIV

. La prosa en el siglo XIV.



El siglo XIV fue testigo de una importante crisis general que hizo tambalear los valores y las bases más elementales, tanto demográficas como económicas, políticas y religiosas, de la Edad Media. Crisis que, en este siglo, afectó especialmente al reino de Castilla, y que continuó durante el siglo siguiente en los reinos de Aragón y Cataluña.



La crisis demográfica fue provocada por las malas cosechas, la escasez de alimentos y el hambre. Esta carestía facilitó la propagación de las epidemias, entre las que se destaca la peste negra, y el descenso de la población fue inmediato. La reducción de la mano de obra campesina y de las tierras de cultivo, propició la lógica minoración de las rentas de los propietarios, la nobleza, que pugnaba frente a los monarcas y al clero por mantener una hegemonía política, terminando en más de una ocasión en una guerra civil, o la participación en conflictos bélicos de mayo dimensión, como fue la Guerra de los Cien años, junto a naciones como Inglaterra y Francia. El único reducto donde los ciudadanos buscaban una explicación a tantos acontecimientos negativos, la religión, también sufrió uno de sus cismas más importante, con la división de la iglesia entre dos Papas, uno en Roma y otro en Avignon, y hasta un tercero en territorio español, como fue Pedro de Luna.


En este siglo, donde la vida cotidiana era una auténtica aventura, aún se recogen los frutos de las bases sentadas por Alfonso X en el siglo anterior, y así la prosa que había sido desarrollada por la nobleza letrada y cortesana, se extiende a la más ruda y a parte de la campesina, lo que provoca una madurez importante de la lengua castellana, tanto en su expresión oral como escrita, con una ampliación del vocabulario utilizado y el nacimiento de escritores que son conciente de su calidad como tales dentro de la sociedad.

La literatura adquiere un carácter fundamentalmente doctrinal y moralizador. Aparecen importantes obras didácticas y religiosas como El libro de los gatos, el Regimiento de los príncipes, o el Libro de la justicia de la vida espiritual, otras de carácter histórico como la Gran Crónica de Alfonso XI, la Crónica de los veinte reyes o la Tercera Crónica General, y también obras de prosa de ficción como la Suma de historia troyana o libros de viajes como el Libro del conocimiento de todos los reinos que son por el mundo.


5.2. Don Juan Manuel.


La figura de don Juan Manuel tiene tanto interés literario como histórico. Señor de inmensos dominios, fue un noble de gran prestigio y poder. Nieto del rey Fernando III, hijo del infante don Manuel, y sobrino de Alfonso X, le dio una posición en el primer plano de la vida política de la España de su tiempo, y presencia en los acontecimientos políticos más importantes de una de las etapas más confusas de la historia del reino de Castilla.



Nace en Escalona en 1282. Huérfano muy temprano de su padre, su educación estuvo en manos de su madre doña Beatriz de Suabia, hasta que ésta murió en 1290. Fueron entonces sus ayos y educadores quienes tomaron el relevo en esta labor. Inició su vida pública a la temprana edad de los doce años, con la invasión en 1294 de los moros en Murcia, y a partir de ese momento no abandonaría nunca una existencia llena de luchas e intrigas políticas que le trajo más problemas que alegría con los distintos estamentos del poder; avatares como los ocurridos durante el reinado de Fernando IV, donde se agudizaron los problemas derivados del testamento de Alfonso X, y vio peligrar sus posesiones murcianas, o el acuerdo de boda con la hija de Jaime II, la infanta doña Constanza, a cambio de protección del rey de Aragón contra el rey de Castilla, boda que nunca se celebró, o las nuevas diferencias que surgieron con el rey de Castilla en el ataque a Granada en 1309, que le costó el castigo del Rey y el andar erra
nte por el reino de León hasta el perdón otorgado en 1311.



Tras muchas avenencias y desavenencias con los reyes, ya apartado de la vida política activa y retirado en su castillo de Garcimuñoz, muere el 13 de julio de 1348. Fue enterrado en el monasterio de frailes de Peñafiel, que fue fundado por él mismo en el 1318.


5.3. El Canciller Pedro López de Ayala.

El personaje histórico.



Pedro (o Pero) López de Ayala nació en Vitoria en 1332, hijo de don Fernán Pérez de Ayala y su esposa doña Elvira de Cevallos. Su educación fue confiada a su tío el obispo Pedro Gómez Barroso. Durante toda su vida compaginó su actividad en la vida política, social y diplomática del reino de Castilla, con su dedicación a la historia, la poesía y la prosa.


Su vida política activa comenzó a la edad de los veinte años, al servicio del rey Pedro I de Castilla, conocido como Pedro el Cruel o el Justiciero. Fue capitán de flota, hasta que apoyó a Enrique de Trastamara, posteriormente Enrique II de Castilla, en su rebelión contra su hermanastro Pedro I. En la batalla de Nájera cayó preso en manos del príncipe de Gales, Eduardo, conocido como el Príncipe Negro, siendo liberado a los seis meses a cambio de un rescate. La subida al trono de Enrique II le valió a Pedro López de Ayala diversos reconocimientos, como ser nombrado Alférez mayor del Pendón de la Banda (segundo teniente), Alcalde mayor de Vitoria y Toledo, y miembro del Consejo Real, además de posiciones y dominios del reino. Tras la muerte de Enrique II y la subida al trono de su hijo Juan I de Castilla, participó en la batalla de Albujarrota contra los portugueses en 1385, donde volvió a caer preso durante un año, siendo liberado a cambio de un rescate.



Tras su liberación, prosiguió su actividad política y diplomática en diversos frentes hasta el reinado de Enrique III, siendo en 1398 nombrado Canciller Mayor del reino de Castilla. Murió en Calahorra en 1407 a la edad de 75 años, y fue enterrado en el Monasterio de Quejana, donde existe al pie de su tumba un maravilloso retablo que da fe de ello.

La obra:

Una ajetreada vida político-social y la participación en más de un conflicto bélico no impidió a López de Ayala tener una fructífera dedicación literaria.

En el campo histórico fue cronista de los cuatro reyes a los que sirvió (Pedro I, Enrique II, Juan I y Enrique III) recogiendo todas sus crónicas bajo el título de Historia de los reyes de Castilla, aunque la del rey Enrique III quedara incompleta. También tradujo textos de autores de la antigüedad y contemporáneos en este campo.

Como poeta, se centra en su obra más conocida: el Libro Rimado de Palacio; un conjunto de más de 8.200 versos, la mayoría de ellos en Cuaderna Vía, donde realiza un análisis satírico y didáctico de las principales costumbres de su época, con una intención de crítica moral de las mismas, tanto en el mundo político, como social y religioso, utilizando un lenguaje irónico y no exento de humor, con un vocabulario que denota una gran cultura.

La prosa la ejerció en su Libro de la caza de las aves, donde recogió todo el conocimiento que en la época se tenía del arte de la cetrería, de la cual era un gran aficionado.

Pedro López de Ayala fue otro buen ejemplo del crecimiento y la expansión que comenzó en este siglo de una literatura mucho más elaborada y trabajada que en épocas anteriores.




La poesía a lo largo del siglo XIV sufre una transformación importante respecto a la desarrollada durante el siglo anterior, tanto en la forma como en el fondo. En la forma en la medida en que la cuaderna vía, aunque se sigue manteniendo como modelo de composición de las obras, da paso a otras formas poéticas. En el fondo en cuanto a que esa literatura didáctica, moralista y dogmática del Mester de Clerecía da paso, poco a poco, a una literatura mucho más personal de los autores -que empiezan a tener conciencia de que ser escritor es un oficio- donde reflejan sus pensamientos tanto morales, como políticos o religiosos. Otro cambio importante se da en el propio concepto de las obras, dejando a un lado aquellas obras enciclopédicas escritas en el siglo XIII, sustituyéndolas por obras con textos más reducidos y más concretos. Podríamos decir que en el siglo XIV se produce el declinar o la decadencia del Mester de Clerecía.

Aparecieron obras y autores de relevada importancia. Obras como la Vida de San Ildefonso, datada a comienzos del siglo y considerada el último ejemplo de literatura hagiográfica del Mester de Clerecía. Escrita por un ex-Beneficiado de Úbeda, consta de 1.074 versos que narran la vida y milagros de San Ildefonso. Otra obra importante fue el Libro de miseria de omne, datada en la primera mitad del siglo y que llegó a nosotros copiada en un códice del siglo XV; nos cuenta, en un tono pesimista, macabro e irónico, las consideradas principales miserias humanas.

Junto a Don Juan Manuel, al Canciller Pero López de Ayala y al Arcipreste de Hita (que tienen desarrolladas páginas específicas en esta web) existieron otros escritores que merecen ser nombrados, como Alfonso Álvarez de Villasandino (1345?-1425?), poeta gallego portugués que llevó una auténtica vida de juglar y nos dejó una extensa obra en verso, escrita tanto en gallego como en castellano, de redondillas, coplas de pie quebrado y villancicos, o el judío castellano Sem Tob (Iem Tob) de Carrión, del que apenas se tienen noticias de su vida, no más que fue rabino de su antigua comunidad judía de Carrión de los Condes, y que desarrolló su actividad literaria entre 1340 y 1360, dedicada en exclusividad a temas sentenciosos y morales, dejándonos como legado su poesía litúrgica (piyyutim), susProverbios morales y su obra Debate del cálamo y las tijeras, adoptando el arte literario hebreo de la magáma. Otra figura importante literaria de este siglo fue el propio rey Alfonso XI de Castilla y León, conocido como el Justiciero; figura eclipsada en la historia por la de su abuelo Alfonso X y la de su hijo Pedro el Cruel, pero que, tanto en el campo político como en el literario, ejercicio una función envidiable. A nivel político devolvió a Castilla el esplendor perdido, y literariamente escribió magníficos poemas, donde su historia de amor con Leonor de Guzmán seguro que influyó positivamente, y un Libro de la Montería, donde recogió todo el conocimiento sobre las castas de perros y lugares de cacerías reales.



En definitiva, podríamos decir que en el siglo XIV se produce un despertar en el mundo literario y, especialmente, en la poesía con la utilización de nuevas formas de composición.

5.5. El Arcipreste de Hita y su Libro de Buen Amor.


El personaje histórico.



"Yo, Johan Ruiz, el sobredicho arçipreste de Hita"

Los datos sobre la vida y personalidad de Juan Ruiz son bastantes escasos y se conocen sólo gracias a su obra. Sin embargo, debido a lo poco que se sabe de su vida y a la forma autobiográfica en que está escrita la obra, hacen que existan diversas opiniones sobre algunos aspectos de su vida y su obra; desde que el propio nombre del autor se trate de un seudónimo. No se ha podido probar documentalmente la existencia histórica de Juan Ruiz, que parece ser vivió en la primera mitad del siglo XV, aunque existen estudios (los profesores Emilio Sáez y José Trenchs, en el I Congreso Internacional sobre el Arcipreste de Hita) que lo identifican como un tal Juan Ruiz (o Rodríguez) de Cisneros (1295/96 - 1351/52), de la familia del Cardenal Albornoz, clérigo, hijo ilegítimo de un noble palestino llamado Arias González, cautivado por los moros en los últimos años del siglo XIII.



Tampoco es demasiado segura la designación de Arcipreste de Hita. Esta función o cargo debía de ser importante, pues Hita era en la Edad Media una villa destacada, clave defensiva entre las dos Castillas. Las dudas también aparecen tanto en sus fechas de nacimiento y muerte, como en su lugar de nacimiento (Toledo, Guadalajara...), aunque lo más seguro es que era natural de Alcalá de Henares...



"senbré avena loca ribera de Henares..."

"Fija, mucho os saluda uno que es de Alcalá".



Pero quizá lo más debatido de la vida de Juan Ruiz por los estudiosos es su estancia real o no en la cárcel. Tanto al comienzo del libro como al final, el poeta alude con insistencia a la "prisión" en que se encuentra. El copista salmantino Alonso de Paradinas, de uno de los tres manuscrito que se conserva de el Libro de Buen Amor, escribe como colofón del libro "Este libro del Arcipreste de Hita, el qual compuso seyendo preso por mandado del Cardenal don Gil, Arçobispo de Toledo". Este hecho hace sospechar que el encarcelamiento de Juan Ruiz fue real y físico, aunque hay autores que defienden el simbolismo de esta prisión, aunque esta última hipótesis no parece ser la más cierta.



En definitiva, un personaje del cual conocemos mucho más de su obra que de él mismo, que al fin y al cabo es lo que quiso que fuera, o no quiso; ya nada de eso importa.






El Arcipreste de Hita

La obra:



Es indudablemente el Libro de Buen Amor una de las joyas de la literatura medieval española, que encierra en sí misma todo el misterio y la belleza de ese oscuro momento de la historia. Es una pena que el texto que ha llegado a nuestras manos sufriera en su camino la pérdida de algunas de sus páginas, que fueron probablemente mutiladas antes de su primera publicación, por razones de moralidad. Su primer editor, Don Tomás Antonio Sánchez, suprimió muchas estrofas de esta obra enmarcada en el momento histórico del Concilio IV de Letrán, donde se abarcan los diferentes problemas del clero en el siglo XIV, y especialmente lo que, a los ojos de Roma, era una mala costumbre: la situación amorosa de la clerecía castellana.



El Libro de Buen Amor es un relato amoroso escrito en forma autobiográfica y lleno de gran originalidad, divido en tres partes argumentales: En la primera de ellas se narran las aventuras amorosas del protagonista narrador, en las que fracasa por inexperiencia y por desconocimiento de las normas del amor cortés. En la segunda parte, durante un sueño, el Amor se le aparece al protagonista y le da una larguísima lección sobre las leyes del amor, los preceptos de urbanidad y cortesía y la necesidad de disponer de una alcahueta fiel y astuta. Y la tercera parte cuenta las aventuras extramatrimoniales del narrador, con un extenso y variado panorama de las diferentes clases de mujeres que pueden ser conquistadas.



Juan Ruiz, utilizando otras fuentes escritas (libros de liturgia, sermonarios, literatura de exemplos, fábulas de Esopo, ...), como era costumbre del Mester de Clerecía, elabora un texto con un estilo totalmente único, lleno de personalidad, con un lenguaje vivo y humorístico, y con un vocabulario muy rico. Todo un placer literario para las almas que creen que, como decía Catón, Nadie vive sin pecado; o como el propio Juan Ruiz nos dice...



Pues, aunque su signo sea de tal naturaleza,

como es este mío, dice una escritura

que "buen esfuerzo vence a la mala ventura",

y "a toda pera dura el tiempo la madura".

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