OLGA LILIANA REINOSO
Hoy me dibujo para vos.
Inauguro miradas y proclamas
salgo a la calle con pancartas para decir te amo.
Y esto es una revolución de sentimientos
que va a cambiar la historia.
(Enferma terminal
deambulo por el mundo con este andar crepuscular.
Agonizante
rasguño las paredes de la ausencia
hasta hendirla con rayos demenciales)
Anestesiame el alma
que de tanto dolerme me apedrea
y soy la Magdalena omnipresente
que te lava los pies,
Jesús del habla.
Practicá la eutanasia de un te quiero
de una verdad tan buena como el vino
tan simple como el pan
tan necesaria como el sol y el agua.
¿Sabés por qué te amo?
Porque acato la ley de lo imprevisto
y porque estaba escrito
que un día este desierto germinara.
Y si no hay luz en tu balcón
si acaso
la luna de tus ojos se eclipsara
o la corriente azul muriera
en alta mar
y nada de lo tuyo llegara en un paquete de colores
hasta el umbral de mi universo entre costillas
yo, con un Federico intergaláctico
entraría en la casa de Bernarda
-luto unilateral, sepulcro vivo-
para incendiar cada recuerdo
y en un salto mortal
desmemoriarme.
© Olga Liliana Reinoso
desvelada
La noche de tu pelo
El incendio voraz de tu mirada
Tu parquedad poblada de erotismo
Tu boca manantial de aguas termales
Me hacen trastabillar en la galaxia
Agónica y fatal donde te evoco.
Quiero tus manos
Que moldeen mi arcilla
Quiero inundarme en barro lujurioso
Quiero comerte a dentelladas leves
Ese letal rasguido que produces.
Sumergirme en tu océano de besos
Multiplicarme en dedos que te rocen.
Quiero lo inmaterial y lo profundo
La savia de tu árbol milenario
La completud que sólo dan tus ojos
Y el remanso después del maremoto.
©Olga Liliana Reinoso
EN EL TÚNEL
(Relato erótico)
El viaje se tornaba insoportable. El traqueteo del tren, lejos de ser acompasado, era francamente desestabilizador. Hacía calor y de tanto en tanto algún mosquito rezagado zumbaba cerca de mi oído como para atrapar la atención. Yo no podía dormir. Me sentía incómoda en esas butacas desvencijadas de los otrora espléndidos ferrocarriles argentinos. Pero no me había quedado otra opción, ya que mis arcas estaban al rojo vivo y debía llegar a mi ciudad al día siguiente. ¡Al día siguiente! Parecía una utopía pensarlo mientras el carromato se deslizaba reptando la llanura más como un animal herido y fatigado que como una grácil gacela devorando distancias.
Yo trataba de imaginar el paisaje pero la oscuridad circundante no contribuía con ese propósito. Ni siquiera era una noche de luna, que bien podría haberme incitado a soñar. De modo que debía resignarme, controlar mi respiración y tratar de superar el largo trecho que aún restaba.
A mi alrededor todos dormían, algunos placenteramente y otros emitiendo diversos sonidos altisonantes y desafinados. El espectáculo no era alentador y tampoco me animaba a encender la macilenta luz de mi asiento para leer, por temor de molestar a alguien.
De pronto, la máquina ingresó en el viejo e interminable túnel que de chica me hacía ilusionar con el tren fantasma. Yo mantenía los ojos inútilmente abiertos porque era imposible divisar nada a cinco centímetros y era tan ensordecedor todo el entorno que no podía distinguir sonidos. Imprevistamente, una mano presionó mi boca ahogándome. Y la otra, desprendió uno por uno los botones de mi blusa de gasa. Inmovilizada, asistí a la sorpresa de una boca voraz mordiendo mis pezones y erectándolos. Un perfume de rosa penetrante se aventuró en mi escote y fui sintiendo lentamente la caricia de los pétalos subiendo y bajando, tocando mis párpados, rozando mi cuello y enredándose entre las magnolias entreabiertas de mis pechos.
Cuando un profundo estremecimiento le indicó al intruso que yo no gritaría porque ya éramos cómplices, dejó mi boca en libertad por un segundo para luego invadirla con su lengua y derramar adentro todo un vaso de miel rubia y caliente.
Sus manos, presurosas, levantaron mi falda y de pronto, como una mariposa que se despereza, sentí aletear sus labios sobre mi clítoris anhelante.
Entonces, mis dedos, que habían permanecido agazapados, arañando el ruinoso tapizado, se precipitaron sobre una tupida cabellera que supuse morena, presionándola con vehemencia.
Agradecí en ese momento el traqueteo, la oscuridad y los ruidos multiformes, porque me permitían mimetizarme y gozar sin pudor de ese regalo inesperado.
Con deliciosa perversión, el visitante se movía lentamente, para provocar un alud más avasallador. Sus dedos dibujaban arabescos sobre los montículos turgentes y su lengua viajaba perezosa desde el encaje azul hasta la cima, deteniéndose por momentos en el llano, hurgando la hondonada y mojando el camino de uno a otro extremo.
Hasta que ya no pude más y lancé un grito que laceró la noche.
El tren salía del túnel y hubo uno que otro movimiento perceptible en las cercanías. Sofocada y culposa, me acomodé la ropa y el pelo; mi corazón era un caballo indómito haciéndome cabriolas en el pecho. Sentí que todo el mundo me miraba, pero al examinar a mis compañeros de viaje comprobé que la mujer de al lado seguía indecorosamente desparramada en su asiento y el hombre de enfrente no había cambiado de posición.
Poco a poco fui calmándome y recuperando el ritmo respiratorio, pero la sensación de éxtasis no me abandonaba y ni siquiera se me ocurría preguntar qué había ocurrido. Como a un río, dejaba que el placer siguiera fluyendo desde mis venas a mi piel y viceversa.
De más está decir que en el resto del viaje ya no me molestaron los mosquitos, ni el calor, ni la oscuridad. Una absoluta sensación de bienestar se había apoderado de mis sentidos y hasta de mi alma, a tal punto que logré dormirme.
©Olga Liliana Reinoso
EXPECTATIVA
Me quedo sin palabras
aterida
sucumbiendo a las huestes de tu boca
como un animal tímido y sufriente
que tiembla en la espesura del asombro.
Reconozco el perfume
las pisadas
las huellas de la fiebre presurosa
la inagotable certidumbre oscura
de amanecer con pieles renovadas.
Y monto en el caballo de la lluvia
desteñida y azul como un relámpago.
¡Cuánta intemperie! ¡Cuánto escalofrío!
las llagas de tu ausencia se empecinan
y van rasgando mis lúgubres moradas
con espasmódicas caricias que me ahogan.
Sufro porque no estás y cuando llegas
intensamente sufro en tu guarida
no puedo superar la desventura
de tu ambigua presencia de fantasma:
inasible, irreverente, cósmico
aleteas gorrión de mi enrejada
en el triste episodio de una tregua
que va desde tu llanto hasta mi pena.
No lo puedo gritar. Y los reptiles
del silencio me arrastran por las calles
trémula de humedad y desencanto.
No abandono. No renuncio. No huyo.
Permanezco en vigilia.
Y esperando.
©Olga Liliana Reinoso
FRESAS
El agua de la angustia
se escurre hacia el país
de los olvidos.
Un reloj sin aliento
derroca la soledad.
Las fresas de mis pezones
muerden tus labios en llamas
y expertas golondrinas forman nubes de crepúsculo
en tu pelo.
Excavo el grito con mis manos
mandalas y arabescos suspiran mientras tus dedos hurgan
y las uñas rasgan la telaraña del infierno.
Con un abrazo unánime
rompemos la nada
La espera terminó.
©Olga Liliana Reinoso
GRITO DE LUZ
En esta dimensión superlativa
multiplicada en la memoria del abrazo
resurge el grito original.
Y va surcando la primitiva luz.
Todo es posible.
La humanidad emerge de los grises
en ese instante eterno
cuando la sangre inmaterial
no retrocede
y en un ruego carnal
se desintegra.
Es la fiebre indomable
reafirmando la esencia.
Nunca se extingue el fuego
y en una paz violenta
nos calcina.
©Olga Liliana Reinoso
LA VISITA
Ayer me sorprendió. No era discreto.
Era escándalo, vértigo, demencia
era un embotellamiento de temblores
casi fetales y onomatopéyicos.
Subió a mordiscos por mi piel de archivo
desempolvó los viejos cobertizos
germinó en durazneros opulentos
terciopelo y deseo
fiebre y salto.
Yo sé que de mirar hacia tan lejos
se me vuelve distancia la mirada
y no hay muelle en que atraque aquella barca
donde vaga el fantasma que me abraza.
Pero vuelvo del miedo y la resaca
a lucir atavíos presurosos
y en un cosmos onírico, imposible
soy el nuevo arlequín de tanta farsa.
A este huésped de llanto y de saliva
sólo ofrezco el abismo de mi boca
sólo estas manos nómades, gitanas
de trasnochar laúdes incendiarios.
Le doy mi corazón –borracho insomne-
en un rito fatal.
Muerta a sus pies, despavorida o loca
me convertiré en nada.
Cuando parta.
©Olga Liliana Reinoso
LIRA EN BAR MAYOR Y LUJURIA ALLEGRETTO
Una taza humeante
la lluvia envilecida en los cristales
tu voz era un diamante
gorjeos celestiales
mareaban mi libido a raudales.
Tus ojos me cercaban
en el temprano ocaso humedecido
mi boca deseaba
procaz, en tus oídos
saborear tus cristales molidos.
Era la tarde bruma
el sabor del café por cada grieta
rebosante de espuma.
Hasta la acera se quedaba quieta
porque quien mucho abarca poco aprieta.
Una canción ladina
fantasma encadenado a mi pollera
subía por la esquina
de tu enhiesta y valiente cremallera
tirando por los aires la remera.
Mi mano ancló en tu pierna
subió y bajó sin miedo y sin premura
la caricia fue eterna
el mozo nos miraba sin censura.
Digamos: disfrutaba esta locura.
Hubo corte de luces,
la tormenta, solícita, ayudaba
en el baño, de bruces
mi boca en arcabuces:
ímpetu mordedura succión baba.
Llegué a la cima amada
troté por tus praderas incesantes
bebí agua deseada
mis manos maleantes
estrujaron tu piel de caminante.
Volvió la luz, carajo
el bar recuperó su maquillaje
tomamos un atajo
y a guarecernos fuimos, sin peaje
hasta la obscena boca de un carruaje.
Qué modo de gozar
el fuego se expandía en cada grito.
No dejé de remar;
el oleaje del mar era infinito
y recorrí mil veces tu circuito.
Mojados de sudor
nos abrazamos, náufragos del día
me untabas con tu olor
a semen y ambrosía
y eran tus manos nuevas melodías.
De pronto te miré,
casi al pasar te pregunté tu nombre.
- Soy tu amor, regresé.
- ¿Vos querés que me asombre? –
- Dulce panal, apenas sos un hombre.
Salimos bajo el llanto
de los dioses. Me dijiste “llamame”
casi muero de espanto.
Te repliqué: “Buscame,
cuando la urgencia exija que te ame”.
©Olga Liliana Reinoso
Lo vi salir del mar. Mensajero de bruma y de gaviota, intrépido hipocampo malversador de algas, con brillos estridentes en los ojos acuosos y salitrando el aire de la costa. Presagio del encuentro, de la magulladura, de la cópula hirviente con el sol mañanero. Se extendió en las orillas cimbreantes de este contorno ácido de esperas. Con un brazo de espuma merodeó los latidos y con otro, de viento, espolvoreó cenizas y neblinas sobre la boca atónita. Después su pensamiento erupcionó la tarde y sus pies de metralla desvistieron la rocosa intemperie. La playa solitaria, mujer de arena y huella, desabrochó su blusa y soltó los cabellos constelados al humo de los barcos. Hicieron el amor días y noches, gimieron y jadearon, bailaron las canciones del oleaje, fueron crepúsculo y marea y horizonte. Y después la leyenda, el mito, el vaticinio. Una fuga dantesca y las infamias. Dolor genuino, nada más. El mar fue sólo mar. Y la playa, vulgar arena pisoteada. ©Olga Liliana Reinoso
I
Camisón de satén
luces difusas
lento ascenso
un reptar sigiloso hacia la cima.
Y en el momento más impredecible
un aluvión
un maremágnum
gritos.
Seguir trepando
denodada y plena
beber el elixir
de la pequeña muerte.
II
Tomamos un café
como dos buenos amigos.
Pero mis ojos te desnudan.
Una por una van cayendo las prendas
encima del pocillo
en la mesa de al lado
en la bandeja rauda de algún mozo.
Tu boca mira mi boca
me pide tantas cosas
que no le quiero negar.
El incendio es inminente
extrañas convulsiones nos sacuden
llueve por la entrepierna
y un cosquilleo súbito nos sobresalta.
Bajo los ojos
bajo la luz del cuarto.
Mis manos vuelan libremente
se escapan
encallan en tu piel desesperada.
Tomo el último sorbo de café
frío y amargo.
Una bocina me reclama.
Te doy un beso en la mejilla
y lloro. Y lloramos los dos
de tanto amarnos.
©Olga Liliana Reinoso
Lodazal de tu cuerpo incandescente
oleaje prometido
catarata de verbos fecundados
música gris
otoño sabio donde danzan tus cumbres y mi estrella
socavón de tu boca
me sumerjo
bebo la luz que germina de lluvia los eriales
quiero corporizarte a mi costado
las huellas de tu aliento me amanecen
y soy la flor humeante que se parte en dos
te ahueco en mi silencio
culmino el grito orfebre de tus pieles
y entras en mi posada somnolienta
al abordaje
tu olor mi olor es el olor del día
la canción de la calle
tus preguntas ardiéndome el invierno.
Ya no me queda nada, nada me pertenece
soy el último vértigo de un trompo
que se esclaviza en tus praderas con lloviznas
me multiplico y me pierdo y me encuentro
y busco en vano el tiempo del adiós
el escape a la tierra de los solitarios.
Pero estoy aprisionada en tu sonrisa:
tus labios son el ancla
y tus manos el puerto
donde atraco mi barca.
©Olga Liliana Reinoso
En la cornisa de tu boca impura
se columpian mis besos pecadores
igual que un trampolín, dardos de fuego
van mis dedos desnudos y feroces
a hurgar en tus paisajes más ignotos
y urdir secreto mapa sin fronteras
en la isla de tu piel y mi país
bajo la luz astral de la marea.
Quisiera recorrer de punta a punta
tu dédalo fatal y misterioso
perderme en callejones sin salida
ser un pirata que halle su tesoro
y en un pinar donde beba la sombra
que el malecón de tu cintura expía
embriagarme con heliotropos tenues
de tu loción de amor que mi alma aspira.
©Olga Liliana Reinoso
Tu figura de arena
mi más dulce cadena
filigrana de amor sobre mi cama
te escurres de mis manos
dibujo corazones en el agua
para morir de sed en tu mirada.
Sos una playa virgen,sin pisadas
que alimenta mi ardor
mi deseo frutal y constelado
sometida a tus olas
potro bravío, cazador de estrellas.
bailo tu danza bella
en ancas, con los cabellos heridos
del placer que derramas
en el escote añil de mi descuido
cabalgo sin cesar sobre tu grupa
tu mar frugal me inunda
tu boca, caracolas en mis pechos
esculpe melodías
me regala los días
de dicha y de locura
que soñé en lejanía
y me llenó de sol sobre tu vientre.
Hombre unicornio mieles exquisitas
oasis maná la pequeña muerte
abre de par en par mis celosías
y penetra tu viento sin censura
en todos los rincones
de mi cuenco voraz
hasta sentir que muero y resucito.
©Olga Liliana Reinoso
NO TE AMO
No te puedo borrar de mi memoria.
Aquella mirada desposeída mutiló todas mis vergüenzas y viró el timón de mi vida lanzándome a la tempestad.
Me siento desvalida, náufraga, incomunicada, en busca de la isla de tu abrazo, de la barca de tu boca, con una multitud de tiburones en mi sangre, dispuestos a avorazarte lentamente, con la minusvalía de la luz del poniente que palpita de sed.
Vuelan los pájaros de mi deseo hasta la esquina de tu cuerpo, manzana pródiga y prohibida, cita frugal con el silencio que escribe en los barrotes afiebrados de esta luna del nunca para leer mentiras que encienden los luceros mientras viajan en la bicicleta de la noche.
Yo camino descalza por la pizarra del regreso, una estela de tiza me aconseja seguir. Y fibrones de luz recitan el poema insepulto de tus manos.
Bebo el miedo de que jamás hable el teléfono, de que la computadora no me haga el amor, de que ya no sea posible planificar un paraíso.
El cuaderno de mis pensares y sentires es apenas una tormenta de verano. Desordenado, impetuoso. No atiende mis súplicas ni comunica mi desierto.
De una sola cosa estoy segura: no te amo.
EN LA CINTURA DE LA NOCHE
Mi boca es puro oleaje sobre tu cuerpo de cristal. Más que besar, recorre sinuosamente tu universo de cabellos de miel hasta el apocalipsis de tus pies.
No hay lugares ignotos ni rumores secretos. No hay luminosidad ni breva jugosa que me esté prohibida.
Y cuando se dan cita nuestros labios, la fusión es perfecta; el calce, justo; la sed inagotable, la pasión un abismo sin límites ni frenos.
Arde el volcán, su fuego lame las cavernas sin dolor y sin pausa.
Todo se paraliza en derredor y todo bulle. Un silencio revolucionario nos enlaza.
Se unen los cuatro elementos, se contorsionan, vuelven al principio, engendran el futuro, gozan el presente.
No es posible amar tanto una centella. No es posible sentir la mordedura del infierno justo en el punto G del alma.
Te desbordas en mí, me precipito, subes hasta la cima y te desplomas sobre almohadones tibios en el río.
Soy correntada, soy piedra lujuriosa, me bebo a lo vampiro cada gota de tu sangre impoluta y te devuelvo fénix a la vida, orgulloso de vos y de este instante.
Somos un manantial de yerbabuena, somos lavanda, ceibos y jazmines. Amos de una penumbra delictiva, oasis del jardín de las delicias.
Y de pronto te duermes. Mi mundo se ensombrece. Pero poso mis ojos en cada surco de tu cara hermosa, tu confiado reposo entregado a mi vigilia.
Descubro que te amo de una manera indescifrable, abocada, frutal, vino de vida que me unge emperatriz, poeta, amazona, vientre, custodio de tu cuerpo de ángel (aunque digas que no: veo tus alas, me llevas a volar).
Te bebo una vez más, a puro trago, aguardiente feroz en mis entrañas. Y renazco alborotada, nimbada de niñez y de impudicia. Rotas ya las cadenas del escarnio, muerta la esclavitud, sepultado el olvido.
Canto a tu selva memorable, canto al salvaje, al primitivo, al único.
©Olga Liliana Reinoso
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